La vida es un camino lleno de encuentros y decisiones. El más importante, para los cristianos, es cuando Jesús nos sale al paso y, viéndonos a los ojos, nos invita a tomar la cruz para ser sus discÃpulos. La decisión de seguirlo no es una ruta paralela a la vida que tenÃamos pensada, sino el andar por el camino acompañados por Él; su presencia nos marca el paso y nos ilumina el horizonte.
El encuentro con Jesús transforma toda la vida y le da un sentido pleno en el amor hasta el extremo. Tomar la propia cruz y seguir al Señor es vivir a su imagen y semejanza, haciendo nuestros los criterios del amor. La decisión de seguirlo es una experiencia de vida que no termina en muerte sino en resurrección. a cruz sin Cristo queda infecunda; es dolor, sufrimiento, sinsentido y muerte enmarcada por el pecado. Sólo con el Señor se convierte en camino redentor.
Ser discÃpulos es asumir la propia cruz con Cristo y experimentar el ser amado por Dios. Ese amor es impulso para seguir el camino de nuestras vidas con una mÃstica de ojos abiertos, capaz de encontrarse con aquellos que sufren y son oprimidos: los crucificados de la historia. Ser discÃpulo es cargar la cruz del amor y aprender a dar lo mejor de uno mismo, entregando la propia vida a Él en el prójimo. La decisión de seguir a Cristo es recuperar la vida por medio de la entrega, gastándola por puro y radical amor.
La experiencia de la cruz nos pone en contacto con Dios, que nos revela su amor. La cruz es experiencia redentora, porque reafirma la vida y por tanto jamás será necedad y debilidad para un cristiano ya que toda ella se convirtió en sÃmbolo que destierra el dolor y la muerte, transformándola en vida. El encuentro con Jesús y la decisión de seguirlo nos hace más humanos, porque implica cargar con todo lo que somos pero en clave de amor.
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