Y el Amor se encarnó entre nosotros


Abriéndose espacio entre la oscuridad y la sencillez, la Luz se hizo presente entre nosotros como un recién nacido. La Palabra, por lo que todo fue creado, entró en la historia y acampó entre nosotros en un cuerpecito tierno, bello y frágil capaz de comunicar lo sagrado del amor: el Amor que brota desde lo más delicado despierta, aún en el corazón más impasible, la totalidad de sentido, significado, plenitud y libertad.

Entre tiernos gestos, finos dedos, delicadas manos, y un par de expresivos ojos, este pequeñín encarnó el rostro humano de Dios y la cara divina del ser humano.  Incluso en medio de los llantos, sollozos y peripecias, cargarlo provoca un eco amoroso y esperanzador en cualquier corazón. Encarnándose, la Palabra nos reveló que el amor divino se convertía en humano y el amor humano se transfiguraba en divino.

La luz del Amor, que hoy sigue acampando entre nosotros al modo pobre y humilde de Cristo, abre puertas, da sentido, esperanza y vivifica la soledad de cualquier encierro. Hoy en día, quien decide cargar al Amor se convierte en testigo de su luz y brilla amorosamente para los demás. Arrullar al Amor nos transforma en hijos e hijas de Dios porque nos involucra por completo con su dinámica. El Amor es la Palabra que hoy reconocemos en Cristo, y que todos  han experimentado alguna vez porque nadie vive sin ser amado y nadie muere sin haber amado. 

El Amor, encarnándose en lo pequeño y lo vulnerable, nos trasluce que la plenitud del acto de amor opta por despojarse de sí para encontrarse con cada uno de nosotros y, mostrándonos su inocente y tierno rostro, nos abre un camino de felicidad a la experiencia del amor que es siempre devenir y encuentro sin atajos y seguros. La Gloria de Dios se hizo debilidad y en ello hemos visto la salvación, por eso la Palabra, que era Amor se encarnó.

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Mapi Cerdeña 

Gerardo Aguilar, SJ

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