Al final, ¿amaste?


Vivimos sin saber cuándo nos encontraremos definitivamente con el Señor. Sin embargo, el Evangelio nos recuerda cuál será su primera pregunta, cuando nos acoja entre sus brazos: ¿cuánto amaste? Esta pregunta no es ajena a ningún cristiano, porque el seguimiento de Cristo es una invitación concreta a vivir por y en el Amor. Ser cristianos es ser herederos del proyecto de Dios, de un amor encarnado en Cristo, nuestro Rey.  

El proyecto del amor no es una utopía, es una invitación que se despliega día a día. Sólo podemos participar de él desde los criterios del amor, poniendo nuestra libertad en acción. De hecho, cuando seamos juzgados por Dios, su juicio será por nuestra libertad creadora movida por el amor. Es natural preguntarnos con sorpresa: ¿cuándo te vimos, te atendimos, o te visitamos?... No olvidemos que cada día es una oportunidad para poner nuestro amor en obras. Nuestra fe se hace efectiva en el amor, porque relacionándonos fraternalmente nos encontramos con Cristo: “Cada vez que lo hicieron con los más pequeños, lo hicieron conmigo”. El mandamiento del amor une a los dos destinatarios y, es a su vez, el criterio con el que seremos estimados. 

El encuentro final será entonces coherente a la hondura con la que vivimos el proyecto del amor al que fuimos convocados, a los momentos en los que amamos antes, durante y después de haber respondido sí al llamado de Dios: “Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. El encuentro final será un momento para reconocernos en el amor: ¿amamos o nos negamos a amar? ¿nos dejamos amar o nos cerramos en el amor? Porque finalmente, nuestra salvación nos la jugamos en el amor, en haber puesto nuestra libertad creadora, iluminada por la entrega amorosa de Cristo, al servicio de los demás.

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Mapi Cerdeña 

Gerardo Aguilar, SJ

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