La resurrección de Lázaro es un relato litúrgico propio de la Cuaresma, previo al Bautismo como perdón de los pecados. Su finalidad es el llamado a dejar de pecar, reconociendo a Cristo como el Hijo de Dios, el dador de vida eterna; un despertar a la Palabra, al Amor.
Los detalles del Evangelio muestran con mucho énfasis la humanidad de Jesús, tocado profundamente por la pérdida de un ser querido, su amigo. La escena es una mezcla de confesiones y sentimientos en torno al Amor. Dos de ellos son clave para que Dios muestre su Gloria en medio del sufrimiento: el testimonio de fe de Marta, quien reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios; y la plena fe de María, porque reconoce que la presencia de Jesús es vida en abundancia.
En medio de la fragilidad, Jesús se siente acompañado por su Padre y se pone en oración. A pesar de las lágrimas, su voz es firme al llamar a su amigo: “Lázaro, ven fuera”. La frase es breve, pero cargada de Amor en cada palabra, capaz de abrirse camino en medio de la oscuridad del sepulcro y remover el hedor de la muerte. El llamado de Jesús rompe el silencio de la muerte.
Aún atado de pies y manos, Lázaro sólo quiere dirigirse a Jesús, su amigo. Es la comunidad quien termina de ayudar al revivificado a librarse completamente de sus vendas y el sudario. Al descubrirse el rostro, los ojos de Lázaro sólo dan cuenta del Amor y la compasión de la que ha sido testigo. Lentamente los sollozos se transforman en alegría, en testimonios de la Gloria de Dios.
Fue la fe de Marta y María la que abrió el camino para que Dios se hiciera presente y transfomara el hedor a muerte en perfume de vida, y de vida plena. Seguramente, esa tarde también hubo otros revivificados por el eco de las palabras del Amor en sus corazones… dejando el sufrimiento de la muerte en vendas y acogiendo el Amor en sus nuevos corazones.
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Mapi Cerdeña
Gerardo Aguilar, SJ
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