De temas interesantes a temas clásicos

Muchas personas acostumbran a decir: “Es un tema interesante”, y en realidad no saben que el tema en sí no es simplemente “interesante”, sino que es un tema clásico. Adjetivarlo como clásico conlleva mucha responsabilidad, pues hablamos de una importancia latente que no muere, que es eterna.
En esta ocasión invito a mi lector a reflexionar en él mismo, a través de la siguiente propuesta: el llamado hombre moderno se diferencia de sus antecesores en la forma y manera de vivir la realidad, pero en el fondo comparten la misma problemática, sus sentimientos, deseos y anhelos.
La mayoría de nosotros somos indiferentes a nuestro entorno, sobre todo cuando este no nos afecta. En la obra La Caída, Jean Beaptiste dice: “la indiferencia, que ocupa tanto lugar en mí, no encontraba ya resistencia. ¡Ya no sentía emociones!”(Camus, 1975:97). En verdad hemos llegado al aciago del menosprecio por nuestro entorno. Pero esta actitud no es tan modernita como creemos, ¡no! Los filósofos antiguos ya la habían considerado, de hecho, aconsejaban no aburrirse del ocio por las devastadoras consecuencias que conlleva.
La indiferencia no es el único tema que pulula en el hombre. ¿Quién de nosotros no se ha preguntado si en verdad ha amado a alguien? El hombre de hoy ha caído en la vanidad insondable que le oferta la sociedad, atrapándolo en una nueva realidad donde el tema del amar no se deslinda del dolor. Camus (1957) lo esboza así: “el amor verdadero es excepcional, hay dos o tres por siglo” (p. 54).
En verdad que el hombre – de toda la historia – siempre ha utilizado el amor como un medio para poder satisfacer sus propias necesidades, más que realizarse como persona plena. En la novela Augusto de Hermann Hesse (2012), nos describe como una persona puede llegar a endiosarse y cegarse al daño que ocasiona su forma de vivir –y de utilizar el amor–: “la suerte de este hombre tan amado cambió. La virtud y el honor le fueron odiosos, los pisoteó y se dedicó a seducir a mujeres virtuosas con su magia y astucia” (p. 9). En realidad, la mayoría de los hombres solo nos valemos del placer de la cosas, hasta agotarlo, cultivando vicios que sencillamente dejan atrocidades.
Cuando reflexionamos sobre lo pasado, normalmente añoramos aquello; cuando meditamos sobre lo pasado, asumimos nuestro presente. Pero asumir el presente no implica desear un futuro, muchos optan por el suicidio, una salida fácil a lo vivido y por vivir. Hesse nos regala atisbo de esta forma de poner fin a la vida: “pero en el fondo tenía la intención de burlarse y atormentarlos cuando acudieran y encontraran una casa vacía, ocupada por un cuerpo inerte” (Hesse, 2012, p. 10).
El suicidio es un tema clásico, que tomado a la ligera puede sonar a una solución práctica, complejizarlo es también peligroso porque aparta del tema al hombre y sus circunstancias. La forma de hincarle diente a este tema es simple – y hasta bizarra – según Camus (1957): “Una vez que usted está muerto, ellos se aprovecharán para atribuir a su acto motivos idiotas y vulgares” (p. 60). Según esta postura el suicidio implica ser olvidado, ridiculizado o bien utilizado, consecuencias que contradicen la meta del suicida.
Los tres temas que he bosquejado – indiferencia, amor y suicidio – son claros pilares para poder apoyar mi tesis. Cuántas noticias no encontramos de personas que se suicidan hoy en día; ciudadanos y gobernantes indiferentes a lo que sucede alrededor por su estilo de vida; y por último, cuántas historias, películas y novelas que nos “des-educan” en el amor. Temas que aparentan haber nacido en esta época por su fortuita presencia en nuestro entorno, pero que en realidad han sido temas con función de constante en el desarrollo de la historia de la humanidad.
El hombre del medio evo – lamentablemente – tendrá que vivir un desencanto en su forma de vivir para poder comprender los resultados de su inhóspita forma de vida derogan a sus semejantes. Cuándo el “lujo” con el que vivimos desaparezca dirá Hesse (2012), “se daba cuenta con asombro del mal humor y la aspereza con la que la gente lo trataba, la misma gente que anteriormente  recibía con agrado sus palabras llenas de orgullo indiferencia” (p. 14), aprenderemos realmente a amar a nuestros semejantes, amar la vida y no ser indiferentes. Es decir, aprenderemos a vivir no como islas –individuos- sino como continentes, como comunidad.
Referencia bibliográficas
Camus, A. (1957). La caída. Buenos Aires: Editorial Losada.

Hesse, H. (2012). Augusto. Recuperado el día 1 de Agosto de 2012, de http://es.scribd.com/doc/6824180/Hesse-Hermann-Augusto